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martes, 11 de agosto de 2015

AZUL: CÓMO ERA EN LOS AÑOS 1870 A 1880

La atenta mirada de Horacio Silva, del equipo de investigadores de la Hemeroteca "Juan Miguel Oyhanarte", ha permitido rescatar del olvido este minucioso trabajo del Dr. Bartolomé J. Ronco, aparecido en las páginas del diario "El Ciudadano" del jueves 31 de agosto de 1944.  
He de transcribirlo aquí en forma casi completa, no solamente por la profundidad de su contenido, sino porque brinda un acabado panorama de la ciudad de Azul en los primeros momentos de actuación de la Logia "Estrella del Sud". Además, será de gran utilidad para cuando, más adelante, me refiera a la nacionalidad y las profesiones de los Hermanos que integraron su cuadro lógico.
Va entonces el texto del Dr. Ronco, en la parte que he juzgado pertinente.

"Pocas e inconcretas son las noticias que, sobre las primeras décadas de Azul, nos han transmitido los autores que en esa época lo conocieron. Uno de los primeros, William Mac Cann, visitó el Fuerte de San Serapio Mártir una década después de su fundación, y, en 1853, relató sus impresiones de viaje por distintas regiones, en un libro cuya traducción castellana lleva el título DOS MIL MILLAS A CABALLO POR LAS PROVINCIAS ARGENTINAS, y en él nos presenta a Azul como “punto fronterizo de intercambio con los indios, de origen reciente, que no pasa de ser una simple agrupación de ranchos, donde existe un Fuerte con algunos cañones, una pequeña iglesia, una tahona movida por mulas y una población de mil quinientos habitantes que los indios vecinos mantienen en estado de continua alarma.
Martín de Moussy, en la segunda parte de su DESCRIPTION GEOGRAPHIQUE ET STATISTIQUE DE LA CONFEDERATION ARGENTINE, publicada en 1864, sitúa nuestra ciudad a setenta y siete leguas de Buenos Aires y dice de ella: “Cabeza de distrito; es una villa grande o mejor dicho una ciudad sumamente nueva, con iglesia, cabildo, escuelas, una guarnición de tropas nacionales bajo el mando de un oficial superior y una población que alcanza a cinco mil habitantes y que aumenta diariamente por la llegada de gran número de vascos, franceses, italianos e individuos de otras nacionalidades que en ella se establecen. Comprende grandes plantaciones y cuenta con dos molinos harineros. Tiene un comercio muy activo, no solamente con la campaña, sino también con los indios acampados en dos distintos lugares y en la orilla opuesta del arroyo, los que forman un grupo permanente de un millar de familias. Estos indios, sometidos a la autoridad del Cacique Catriel, que tiene bajo sus órdenes ochocientas lanzas, reciben un subsidio del gobierno, se dedican a la cría de vacas, ovejas y aves, cazan avestruces y guanacos en la pampa, tejen ponchos y cintos, y venden a los cristianos los productos de sus cacerías e industrias, o los cambian por objetos de manufactura europea.”
Enrique Armaignac, médico francés que conoció nuestra ciudad el año 1870, se ocupa de ella en su interesante y muy ilustrativo libro VOYAGE DANS LES PAMPAS, en términos que demuestran que el núcleo urbano de entonces no era el de un simple y rudimentario villorrio, sino el de una población plena de actividades y acentuado adelanto edilicio y económico. Nos las describe “con verdaderas calles que, no obstante su falta de pavimento, estaban muy limpias y bordeadas de veredas construidas con ladrillos puestos de canto o hechas de botellas hundidas verticalmente con el gollete hacia abajo. “Casas bajas, agrega, con techos de tejas o azotea, formaban a lo largo de esas calles, una prolongada continuidad de negocios o viviendas particulares. Había cafés, hoteles, farmacias, sombrererías, mercerías, y sobre todo, bazares de los más diversos objetos: tejidos, lencería, atalajes, arreos de montar, quincallería, armas, alhajas, artículos coloniales, jabones, ropas confeccionadas, vino, licores y otras mercancías. También había modistas, peluqueros, herreros, orfebres, y por último médicos, notarios, oficiales, soldados, propietarios y rentistas. Era, en una palabra, una verdadera ciudad, con todas las clases de industrias para una población de cuatro a  cinco mil habitantes, y confieso que mi sorpresa fue grande cuando vi todo eso, pues no esperaba tantas comodidades y adelantos”.
Romain D ´Aurignac, otro viajero francés que visitó Azul en 1878, autor del libro TROIS ANS CHEZ ARGENTINS, cuyas páginas muestran una marcada predilección hacia lo exótico y hacia la narración truculenta, presenta nuestra ciudad como expresión de una colonia progresista, en una situación geográfica agradable, formada por alemanes, italianos, suizos, franceses, algunos ingleses, y una gran mayoría de población compuesta por “gauchos dedicados a la cría de ganado en gran escala”.
El Dr. Estanislao S. Zeballos, que por primera vez estuvo en  Azul el año 1874, nos dice en su VIAJE AL PAIS DE LOS ARAUCANOS, que en el año 1879 era una ciudad extensa, con edificación opulenta y una riqueza palpitante. “Las calles, agrega, han sido correctamente delineadas de sudoeste a noreste, correspondiendo la mayor extensión urbana al primer rumbo, cuyas calles, densamente pobladas, miden veinte cuadras de ciento cincuenta varas, mientras que las de sudeste a noroeste no exceden de diez y ocho cuadras. Así, el área poblada más o menos densamente es de trescientas cincuenta manzanas, con mil doscientos edificios de importancia y numerosos de segundo orden”.
No son estos relatos, parcos y fríos, los mejores elementos para apreciar, en su abultada medida, la importancia económica y el adelanto material de Azul en las épocas en que, habiendo ya dejado de ser una línea de frontera interior, continuaba siendo el más avanzado baluarte de penetración del progreso en todo el sud de la campaña argentina.
Esa importancia y ese adelanto, nunca declinados, siempre crecientes, no estuvieron subordinados a la sola circunstancia de ser Azul un punto de apoyo militar para la expansión del trabajo en las llanuras dominadas o amenazadas por el indio.
La importancia de Azul, en la época a que nos estamos refiriendo, no fue la transitoria que tuvo la ciudad de Dolores durante algunos años, mientras la favoreció el hecho de ser el lugar terminal de una línea férrea. El progreso de Azul, su potencialidad de riqueza y su robusto vigor de crecimiento, si bien recibieron la influencia de factores análogos, respondieron, más que nada, a causas fundamentales y permanentes. La calidad de sus tierras circundantes y su situación geográfica actuaron entre esas causas, comunes a otras regiones patrias, pero mayor y más persistente trascendencia tuvo el plan de aparcelamiento y distribución de sus campos, subdivididos en suertes de estancia, que sirvió de base para la creación de la línea de frontera del Arroyo Azul y la fundación del pueblo, y que, sin haber sido óbice para el rápido enriquecimiento y los latifundios de los parientes de Rosas y sus allegados, permitió la radicación y el paralelo enriquecimiento de múltiples y multiplicados pobladores, con la inmediata consecuencia de una más intensa, más difundida y más eficaz explotación rural.
Otro factor de poderosísima influencia, que explica el progreso de Azul lo constituyeron los elementos étnicos que, siguiendo el núcleo vernáculo inicial o mezclado al mismo, fueron nutrido aporte en la formación azuleña. Ya, con anterioridad, me he referido a los recios vascos y a los industriosos bearneses que, antes y después de la caída de Rosas, llegaron al Fuerte de Azul trayendo consigo sus sueños de fortuna, su emprendedora audacia, su valentía en la adversidad y sus pujantes esfuerzos. Ellos, en gran número, con la incorporación de gentes de otras regiones de España y de Francia y, más tarde, de Italia, fueron los que, junto con el nativo conquistador y al amparo del gaucho vaquero, del gaucho soldado y del fortín protector, dieron vida y actividad de producción a las tierras del desierto, unas veces a retaguardia de la línea de acción militar, otras más allá de sus lindes de defensa, y siempre en la zozobra del malón y en el riesgo de la muerte.
Fueron esos elementos de aporte foráneo, exaltados en generoso plasma argentino, los que, dando al Azul características y vigor propio, ensancharon hacia destinos de plétora el cauce de sus progresos materiales.
Azul sólo tenía en 1854 una población de 5.912 habitantes, que aumentaron hasta 7209 quince años más tarde, según las cifras que nos da el primer Censo Nacional de 1869. De ese segundo número de habitantes, 5863 eran argentinos y 1346 extranjeros; pero la proporción de los últimos fue creciendo en forma tal que, al realizarse en Censo Provincial de 1881, sumaban casi el treinta por ciento de la población total, pues el número de argentinos era de 11346 y el de extranjeros de 4744, y entre éstos, se contaban 1414 españoles, 1178 franceses y 2626 italianos, además de 71 alemanes, 188 uruguayos, 57 paraguayos, 86 suizos, 133 ingleses y distintos números de otras nacionalidades. Esta población, cuya cifra total se había duplicado en el breve espacio de una década, dio origen a un núcleo de apreciable ponderación edilicia, que puso en Azul la condición de constituir el centro urbano más importante de la Provincia en la región exterior del Salado. Bastan para demostrarlo, sin recurrir a las robustas expresiones de la riqueza rural, las cifras de los censos de 1869 y 1871. Entre esos años, el Partido de Azul llegó a contar con 3109 casas de todos los tipos de construcción, mientras que Dolores, que le seguía en orden de importancia, solo tenía 2332, Tandil 1411, Las Flores 1890 y Bahía Blanca 735, correspondiendo igualmente a la planta urbana de Azul el mayor número de casas construidas con ladrillos y techos de azotea.
De los 4744 extranjeros que habitaron en Azul entre los años 1870 y 1880, lo mismo que sus antecesores en fecha de radicación, muchos se dedicaron a las actividades rurales y otros, en menor número, a las explotaciones comerciales en el radio urbano y en algunos puntos avanzados de la campaña. Todos ellos fueron elementos decisivos para el progreso azuleño, el cual, en el año 1874, se nos presenta con un volumen sorprendente. Así lo demuestran las cifras oficiales. De ellas, y para traer a estas líneas una visión plena de realidad, vamos a tomar las que contiene el padrón de comerciantes, artesanos y profesionales que, avecindados en el Azul, abonaron impuestos fiscales el año 1873, es decir cuarenta años después de la fundación del Fuerte y cuatro años antes del avance de la línea de frontera interior hasta la zona de Puán y Carhué.
Los originales del padrón aludido, destinados a integrar la colección del MUSEO ETNOGRAFICO Y ARCHIVO HISTORICO DE AZUL, nos ponen en presencia de un pueblo colmado de actividades mercantiles, que sugieren la noción inmediata de una gran riqueza económica y de un tráfico intenso y nutrido. El Partido de Azul, en el año expresado, solo tenía una población inferior a los diez mil habitantes, dentro de sus actuales límites y de los campos que más tarde formaron el de Olavarría. Sin embargo, el padrón de contribuyentes del año 1873 menciona un número tan extraordinario de casas de negocio, con sede urbana,  que un lector inadvertido podría creer que se trata de la capital, densamente poblada, de una provincia en floreciente prosperidad.
Alcanza ese número, que tiene la autenticidad del contralor fiscal, a la cantidad de 228 casas de comercio de toda índole, desde la rica y heterogénea casa de “ramos generales” hasta el “tendejón” humilde y desde una destilería de alcoholes y fábrica de cerveza hasta la precaria pulpería de los suburbios.
De esos 228 negocios, 10 eran de los dichos “ramos generales”, con secciones de almacén de comestibles y bebidas, tienda, mercería, ropería, zapatería, ferretería, sastrería, talabartería, corralón de hierros y madera y artículos de aplicación rural; 4 traficaban al por mayor; 50 vendían comestibles y bebidas y, al mismo tiempo, tejidos; 6 eran platerías y joyerías; 7 comerciaban en calzados únicamente; 2 eran armerías y una de ellas de propiedad de un vasco muy honorable, padre años más tarde de tres hijos médicos; 2 eran “velerías”; 4 “laterías”; y otras 4 casas eran las llamadas “de martillo”, o sea de venta de objetos y mercancías en pública subasta. Había también 6 hornos de ladrillos; 14 fondas; 4 peluquerías; 2 empresas de diarios; 2 fábricas de ataúdes; 2 farmacias; 7 panaderías; 7 herrerías; 2 puestos de frutas y legumbres; 1 talabartería; 10 sastrerías; 19 confiterías; 1 depósito de cal y muchos otros tipos de negocios. Dos médicos, dos parteras y otros tantos farmacéuticos, además de un notario, constituían el elenco profesional del pueblo, en una época en que la ciencia de Esculapio e Hipócrates tenían menos adeptos que las artes de los curanderos y adivinos.
A lo crecido del número de los establecimientos comerciales, debe agregarse el volumen económico de algunos de ellos, principalmente el de las casas de “ramos generales”, cuyo capital y giro comercial, revelados por balances e inventarios de la época, demuestra que aquéllas tenían una importancia quizás superior a las semejantes de la actualidad."




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