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lunes, 31 de agosto de 2015

OTROS HOMBRES DEL EJÉRCITO VINCULADOS CON AZUL Y LA MASONERIA

No es ésta una nómina completa, ni una acabada biografía de cada uno. La siguiente enumeración tiene por objeto demostrar la profunda vinculación entre destacadas personalidades de nuestras Fuerzas Armadas y la Masonería, haciendo hincapié en algunos hombres de armas que en algún momento prestaran servicios en Azul y su zona de influencia.

CRESCENCIO ACOSTA (1839 –1903).A.G.E. N° 61.
Incorporado en 1861 al Batallón 2 Norte, participó de la guerra con el Paraguay, en el 4° Batallón, 2ª División Buenos Aires; siendo herido en el combate de Paso de la Patria. Posteriormente, con el grado de Capitán, fue destinado a Azul, para el resguardo de la población de las incursiones los indios. Iniciado en 1875 en la Logia Estrella del Sud N° 25. Fue Coronel de Guardias Nacionales.
En el Censo Nacional de 1895 figura residiendo en Azul, y se hace constar que es inválido de guerra. Se domiciliaba en calle Belgrano 255.



FELIX BENAVÍDES (1842 –1929)
General del Ejército Argentino, que participó en la guerra del Paraguay, en las luchas contra López Jordán y los indios, y desempeñó otras notables misiones militares. Fue gobernador de Río Negro. Iniciado en 1868 en la Logia “Unión” N° 17 de la ciudad de Rosario, actuó en la Logia “Asilo del Litoral” N° 18 de Paraná y fue fundador y primer Venerable Maestro de la Logia “Estrella de la Paz” N° 58 en Entre Ríos (1878). Al dejar el servicio activo, trabajó en diversas Logias de la Capital Federal.
En Azul ocupó el cargo de Comisionado Municipal en 1910, y hoy un puente de nuestra ciudad lleva su nombre.



JUAN CARLOS BOERR (1828-1908)
Nacido en San Nicolás de los Arroyos, formó parte de la Guardia Nacional. Combatió en Cepeda y en la guerra con el Paraguay. Junto con Ignacio Rivas, tuvo decisiva actuación en la batalla de San Carlos (1872) frente a la indiada de Calfucurá. Más tarde se desempeñó como director de la Penitenciaría Nacional. Lappas nos dice que fue iniciado en la Logia Fraternidad y Beneficencia Nº 10 de su ciudad natal.



ANTONIO FRANCISCO BOSSI (1884 – 1931).
Cursó el Colegio Militar, revistó en regimientos de Ingenieros; fue jefe del primer Batallón de Zapadores y Pontoneros, secretario de la Inspección General del Ejército y director del arsenal Esteban de Luca, ascendiendo a Teniente Coronel. Profesor de la Escuela de Mecánicos. Según Lappas, fue iniciado el 12 de octubre de 1909 en la Logia Estrella del Sud N° 25 de Azul. Sin embargo, de la documentación consultada en el AGLA se desprende que solicitó ser admitido en la Logia azuleña recién en 1911.



JOSÉ P. GIRIBONE (1824 –1868).
Militar de origen italiano que se vio obligado a emigrar por cuestiones políticas, radicándose en Montevideo donde formó en las filas de la “Legión Italiana”. Bajo las órdenes de Urquiza combatió en Caseros y luego en Pavón. En 1862 organizó en Buenos Aires la “Legión Extranjera” de la que fue Capitán comandante y a cuyo mando participó en la guerra del Paraguay, cayendo heroicamente en Tuyú-Cué. Ostentaba el grado de teniente coronel. Es el autor de la marcha militar “El Tala” escrita en el frente de batalla durante la guerra del Paraguay. En 1858 figura como uno de los fundadores de la Logia Sol de Mayo N° 8, con el grado 1°. El 26 de septiembre de 1858 alcanza el 3°. El año siguiente desempeñó el cargo de Experto. Asimismo participó de los trabajos de la Logia Estrella del Sud N° 25.
José Pipo Giribone llegó a fines de 1862 a Azul, para organizar la 1ª Legión de Voluntarios destinados a defender las fronteras, en particular las de este pueblo. En 1864 se encontraba todavía asentado en el Azul, como lo prueba la documentación recopilada por el Dr. Bartolomé J. Ronco y publicada en la Revista “Biblos” (Nº 11 año 1926).



TEÓFILO CARLOS GOMILA (n.1845)
Militar y político, nacido en las afueras de Montevideo, era hijo del Mayor del Ejército Argentino Gregorio Antonio Gomila. Abandonó su carrera militar para radicarse en la Argentina. Dedicado a las labores rurales, pobló un campo en las proximidades de Azul. Tomó parte en combates contra los indios, siendo inclusive apresado por éstos, y pudiendo huir. En 1874, cuando la revolución de Mitre contra Avellaneda, se unió al ejército de su amigo el General Rivas, participando del combate de La Verde. Vuelto a sus ocupaciones civiles, incursionó en la política local, destacándose como tenaz defensor de los derechos cívicos. Fue además periodista, fundando en 1887 el periódico “El Libre del Sur”. En 1878, en la zona de Tres Arroyos, pobló campo y armó a su costo un batallón de 600 hombres, al que denominó “Máximo Paz” en homenaje al candidato que apoyaba para gobernar la provincia de Buenos Aires. Perteneció al Partido Autonomista y fue amigo personal de Leandro N. Alem.  En Tres Arroyos, una calle recuerda su fecundo y progresista accionar.





NICOLÁS LEVALLE (1840 –1902).
Nativo de Italia llegó al país a edad temprana e ingresó a la academia Militar emprendiendo así una brillante carrera militar que culminó con el grado de teniente general. Luchó en Cepeda y Pavón y se destacó en forma brillante durante al guerra con el Paraguay, la campaña de Entre Ríos contra López Jordán, en Río Negro y los acontecimientos políticos de 1880 y 1890. Ministro de Guerra y Marina de los presidentes Roca y Juárez Celman, fue el fundador del Círculo Militar de la Nación y redactó diversos libros de texto de contenido castrense. La  organización del Ejército nacional le debe, en muchos aspectos, su estructura moderna. Iniciado en la Logia Estrella del Oriente N° 27 el 25 de febrero de 1869, años más tarde se incorporó en la Logia Libertad N° 48, la que presidió en 1900-1901. Ocupó diversos cargos también en la Gran Logia de la Argentina, sorprendiéndole la muerte en el ejercicio del cargo de Segundo Gran Vigilante. Fue también miembro activo del Supremo Consejo grado 33° para la República Argentina. Por haberse negado en los postreros instantes a renegar de la masonería, el arzobispo Espinosa prohibió que se tributaran honores por los capellanes militares. El 1 de febrero de 1902 su Logia, Libertad N° 48, organizó un solemne funeral masónico dedicado a su memoria. El 27 de junio de 1909 con motivo del traslado de sus restos al mausoleo construido por suscripción popular, se le tributó un importante homenaje. Nicolás Levalle ocupó la jefatura del Comando Sur de la Frontera de Buenos Aires en 1874.



FRANCISCO LEYRÍA (1845 –1911).
Prestigioso jefe militar argentino que participó de las campañas del Paraguay, Entre Ríos y del Desierto. Acompañó como ayudante de campo al general Roca. Al ser ascendido a general, integró el Estado Mayor del Ejército. Iniciado en la Logia Confraternidad Argentina N° 2 el 7 de noviembre de 1892 junto con el coronel Luis R. Coquet.
Uno de los fundadores del Club Unión, tuvo durante muchos años intereses en nuestra ciudad, donde operaba con casa de remates de hacienda. Fue el principal propulsor de la realización de la Primera Exposición-Feria de la Sociedad Rural de Azul, en 1884. Socio Honorario de la Biblioteca Popular de Azul.



BENITO MACHADO (1823 –1909).
Era apenas un adolescente cuando su padre fue ejecutado por ser uno de los participantes de la Revolución de los Libres del Sur, dirigida contra Juan Manuel de Rosas. Tras permanecer varios años en el exilio sirvió en las Fuerzas Armadas donde alcanzó el grado de Coronel. Dedicado a ocupaciones agropecuarias en Chascomús gozó de envidiable prestigio por su valor, patriotismo y corrección, siendo índice cabal el popular dicho “Dios en el cielo y Machado en la tierra”. Iniciado en una Logia Unitaria en 1840, en 1858 fue incorporado a la Logia “Tolerancia” N° 4 y a partir de 1887 figura en la Logia “Unión del Sud” N° 45 de Chascomús, con el grado 33°.
Ocupó la Jefatura de la Comandancia del Sud, asentada en Azul, tras la partida del coronel Ignacio Rivas hacia el Paraguay. Estuvo en dicho cargo desde octubre de 1865 hasta marzo de 1866, teniendo luego un entredicho con Álvaro Barros antes de partir hacia la zona del actual partido de Benito Juárez.



NICOLAS OCAMPO (1824 –1889).
Coronel del Ejército argentino, se inició en la carrera de armas al lado del general Paz. Acompañó a Urquiza en Caseros y Cepeda. Intervino en la guerra del Paraguay y la represión del movimiento de López Jordán. Hizo el servicio de fronteras, venció a los indios de Calfucurá y participó en los movimientos de 1874 y 1880, siendo sancionado por estos dos últimos hechos. Mientras se desempeñaba como Jefe del  Regimiento de Guardias Nacionales con asiento en Azul, el 16 de agosto de 1862, la Gran Logia de la Argentina lo autorizó a levantar columnas en esta localidad, mas el intento no pudo concretarse.
El diploma y la banda masónica de este distinguido militar se conservan en el Museo Etnográfico y Archivo Histórico “Enrique Squirru” de Azul.







GREGORIO HERMENEGILDO PEREYRA (1877 –1959).
Nació en Arrecifes. Egresado del Colegio Militar, fue uno de los oficiales fundadores del Batallón de Zapadores Pontoneros de Azul. Luego se desempeñó como jefe de los distritos militares 46 y 2, y del Regimiento 18 de Infantería, con el grado de Teniente Coronel. Iniciado el 5 de junio de 1908 en la Logia Estrella del Sud N° 25, en 1909-10 se desempeñó como 1er. Diácono. Al año siguiente se retiró “sin pase y ausentado” con el grado de Maestro.





JORGE REYES (1854 –1939)
Coronel del Ejército argentino, actuó en las campañas del Desierto, combatiendo al indio en las zonas de Azul y Olavarría. Integró las fuerzas de Avellaneda (Regimiento 3 de Guardias Nacionales) cuando la revolución mitrista. Participó de la expedición al Bermejo, fue miembro del Consejo Mixto de Guerra para jefes y oficiales del Ejército y de la Armada, intendente general de Guerra, etc. Iniciado en la Logia “Obediencia a la Ley” N° 13, ocupó varios cargos en ese taller y en otros, actuando como Gran Maestre del “Gran Oriente Argentino del Rito Azul” a partir de 1910.








JUAN RIVADEMAR (m.1875)
Consultando su legajo militar existente en el A.G.E., hemos podido reconstruir parcialmente su trayectoria en las armas de la Nación. En 1863 ocupa en San Juan el cargo de Ayudante Mayor del Cuerpo de Rifleros, y en tal carácter se le expide salvoconducto para pasar “a los Departamentos”, autorizándoselo a allanar las casas “en que sospechas puedan existir” sobre la existencia de desertores del mencionado Cuerpo.
Dos años después integra la 1ª. Compañía de Rifleros de Línea. Fechada en Azul, en septiembre de 1872, existe en la documentación consultada una nota suscripta por Ignacio Rivas, Comandante en Jefe de las Fronteras Sud, Costa Sud y Bahía Blanca mediante la cual se lo autoriza a pasar a la Capital a causa de su salud “llevando en su compañía un individuo de tropa”. En ese entonces ostentaba el grado de Sargento Mayor del Regimiento “General Lavalle”.
En 1875 ejerce el comando del Batallón “Cazadores del Azul”, y luego, como Teniente Coronel del Regimiento de Caballería de Línea, se embarca en la cañonera “Uruguay” con destino a Bahía Blanca para pasar inmediatamente al Sauce Corto, con el fin de restablecer la vigilancia de los fortines de la Frontera Costa Sud. 
Sin embargo, y al poco tiempo se le expide pasaporte para la Capital “a consecuencia del mal estado de su salud y serle imposible el curarse en el campamento”.  Ese mismo año se produce su fallecimiento, ya que en el legajo encontramos el inventario de las humildes pertenencias que dejara en su último destino. El mismo fue practicado el 12 de abril de 1875, en el Fuerte General San Martín sobre el Sauce Corto.






Esta documentación la obtuve gracias a la inestimable ayuda del abogado azuleño Omar Alcántara, quien a mi solicitud, no dudó en constituirse en el Archivo General del Ejército a fin de fotografiar íntegramente el legajo de Rivademar.

IGNACIO RIVAS (1827 –1880).
Natural del Uruguay, prestó destacados servicios en el Ejército argentino, alcanzando el grado de General. Comandante en jefe del cuerpo del ejército, conquistó sobre los campos de batalla sus grados, por hechos heroicos. Gran amigo de Mitre, en 1874 estuvo al frente de las milicias nacionales de la época. Iniciado en la Logia Regeneración N° 5 el 22 de agosto de 1857.
Ignacio Rivas fue un destacado actor político y social en Azul. Ejerció la Comandancia General de la Frontera Sud. Fue fundador del “Club del Pueblo”, primera agrupación política de Azul. El 8 de mayo de 1872 participó en la batalla de “San Carlos”, donde fue apoyado por tropas de su amigo Cipriano Catriel. Combatió en la guerra del Paraguay de la que volvió manco, lo cual no le impidió continuar destacándose en la comunidad que lo tenía como un eminente vecino.
En 1861 fue designado Miembro Honorario de la Municipalidad de Azul. Fue uno de los grandes sostenedores del proyecto de instalación en nuestra ciudad de la Escuela Normal.  Tuvo casa en Azul, y en este Partido fue propietario de las suertes de estancia 218, 221 y 230, las que limitaban con campos de Olavarría. Una calle de nuestra ciudad perpetúa su memoria.



ENRIQUE SPIKA (1843 -1920).
De origen polaco, se inició en la carrera de armas, encontrándose en Pavón y las campañas del Paraguay y Entre Ríos, así como en las luchas contra los indios, alcanzando el grado de General. Dictó cátedra en el Colegio Militar, escribió obras militares y se desempeñó en el Consejo de Guerra desde su fundación hasta 1913. Fue intendente municipal y presidente del Consejo Escolar de Tandil. Allí fundó y dirigió “La voz del pueblo”. Iniciado en la Logia “Luz del Sud” N° 39 de Tandil en el año 1880, fue secretario y orador de ella. Al trasladarse a Buenos Aires actuó en la Logia “Confraternidad Argentina” N° 2.
Estando acuartelado en Azul en 1878, junto a unos treinta vecinos, rescató de manos de una indiada muy superior en número a una cantidad importante de cautivos y ganado, en  lo que constituyó el último malón que sufriría la ciudad. Luego se trasladó a Tandil, donde fundó el periódico “La Voz del Pueblo”. En julio de 1882 la imprenta fue adquirida por los Sres. Jaca y Carpy, quienes fundaron el diario “El Eco” de Tandil.



BIBLIOGRAFIA: documentación original existente en el A.G.E. y en el Museo Etnográfico "Enrique Squirru" de Azul; Del Valle, Antonio (op.cit.); Sarramone Alberto (Historia del Antiguo Pago del Azul); Lappas, Alcibíades ("La masonería...op. cit.); Guzmán, Yuyú (op.cit.); "Foja de servicios del Coronel Don Jorge Reyes" (Buenos Aires, Imp. Felipe Garfunkel, 1926. Edición del autor; Cutolo, Vicente, Nuevo diccionario biográfico argentino, 7 volúmenes, Ed. Elche, Bs. As., 1968-1985.

martes, 11 de agosto de 2015

AZUL: CÓMO ERA EN LOS AÑOS 1870 A 1880

La atenta mirada de Horacio Silva, del equipo de investigadores de la Hemeroteca "Juan Miguel Oyhanarte", ha permitido rescatar del olvido este minucioso trabajo del Dr. Bartolomé J. Ronco, aparecido en las páginas del diario "El Ciudadano" del jueves 31 de agosto de 1944.  
He de transcribirlo aquí en forma casi completa, no solamente por la profundidad de su contenido, sino porque brinda un acabado panorama de la ciudad de Azul en los primeros momentos de actuación de la Logia "Estrella del Sud". Además, será de gran utilidad para cuando, más adelante, me refiera a la nacionalidad y las profesiones de los Hermanos que integraron su cuadro lógico.
Va entonces el texto del Dr. Ronco, en la parte que he juzgado pertinente.

"Pocas e inconcretas son las noticias que, sobre las primeras décadas de Azul, nos han transmitido los autores que en esa época lo conocieron. Uno de los primeros, William Mac Cann, visitó el Fuerte de San Serapio Mártir una década después de su fundación, y, en 1853, relató sus impresiones de viaje por distintas regiones, en un libro cuya traducción castellana lleva el título DOS MIL MILLAS A CABALLO POR LAS PROVINCIAS ARGENTINAS, y en él nos presenta a Azul como “punto fronterizo de intercambio con los indios, de origen reciente, que no pasa de ser una simple agrupación de ranchos, donde existe un Fuerte con algunos cañones, una pequeña iglesia, una tahona movida por mulas y una población de mil quinientos habitantes que los indios vecinos mantienen en estado de continua alarma.
Martín de Moussy, en la segunda parte de su DESCRIPTION GEOGRAPHIQUE ET STATISTIQUE DE LA CONFEDERATION ARGENTINE, publicada en 1864, sitúa nuestra ciudad a setenta y siete leguas de Buenos Aires y dice de ella: “Cabeza de distrito; es una villa grande o mejor dicho una ciudad sumamente nueva, con iglesia, cabildo, escuelas, una guarnición de tropas nacionales bajo el mando de un oficial superior y una población que alcanza a cinco mil habitantes y que aumenta diariamente por la llegada de gran número de vascos, franceses, italianos e individuos de otras nacionalidades que en ella se establecen. Comprende grandes plantaciones y cuenta con dos molinos harineros. Tiene un comercio muy activo, no solamente con la campaña, sino también con los indios acampados en dos distintos lugares y en la orilla opuesta del arroyo, los que forman un grupo permanente de un millar de familias. Estos indios, sometidos a la autoridad del Cacique Catriel, que tiene bajo sus órdenes ochocientas lanzas, reciben un subsidio del gobierno, se dedican a la cría de vacas, ovejas y aves, cazan avestruces y guanacos en la pampa, tejen ponchos y cintos, y venden a los cristianos los productos de sus cacerías e industrias, o los cambian por objetos de manufactura europea.”
Enrique Armaignac, médico francés que conoció nuestra ciudad el año 1870, se ocupa de ella en su interesante y muy ilustrativo libro VOYAGE DANS LES PAMPAS, en términos que demuestran que el núcleo urbano de entonces no era el de un simple y rudimentario villorrio, sino el de una población plena de actividades y acentuado adelanto edilicio y económico. Nos las describe “con verdaderas calles que, no obstante su falta de pavimento, estaban muy limpias y bordeadas de veredas construidas con ladrillos puestos de canto o hechas de botellas hundidas verticalmente con el gollete hacia abajo. “Casas bajas, agrega, con techos de tejas o azotea, formaban a lo largo de esas calles, una prolongada continuidad de negocios o viviendas particulares. Había cafés, hoteles, farmacias, sombrererías, mercerías, y sobre todo, bazares de los más diversos objetos: tejidos, lencería, atalajes, arreos de montar, quincallería, armas, alhajas, artículos coloniales, jabones, ropas confeccionadas, vino, licores y otras mercancías. También había modistas, peluqueros, herreros, orfebres, y por último médicos, notarios, oficiales, soldados, propietarios y rentistas. Era, en una palabra, una verdadera ciudad, con todas las clases de industrias para una población de cuatro a  cinco mil habitantes, y confieso que mi sorpresa fue grande cuando vi todo eso, pues no esperaba tantas comodidades y adelantos”.
Romain D ´Aurignac, otro viajero francés que visitó Azul en 1878, autor del libro TROIS ANS CHEZ ARGENTINS, cuyas páginas muestran una marcada predilección hacia lo exótico y hacia la narración truculenta, presenta nuestra ciudad como expresión de una colonia progresista, en una situación geográfica agradable, formada por alemanes, italianos, suizos, franceses, algunos ingleses, y una gran mayoría de población compuesta por “gauchos dedicados a la cría de ganado en gran escala”.
El Dr. Estanislao S. Zeballos, que por primera vez estuvo en  Azul el año 1874, nos dice en su VIAJE AL PAIS DE LOS ARAUCANOS, que en el año 1879 era una ciudad extensa, con edificación opulenta y una riqueza palpitante. “Las calles, agrega, han sido correctamente delineadas de sudoeste a noreste, correspondiendo la mayor extensión urbana al primer rumbo, cuyas calles, densamente pobladas, miden veinte cuadras de ciento cincuenta varas, mientras que las de sudeste a noroeste no exceden de diez y ocho cuadras. Así, el área poblada más o menos densamente es de trescientas cincuenta manzanas, con mil doscientos edificios de importancia y numerosos de segundo orden”.
No son estos relatos, parcos y fríos, los mejores elementos para apreciar, en su abultada medida, la importancia económica y el adelanto material de Azul en las épocas en que, habiendo ya dejado de ser una línea de frontera interior, continuaba siendo el más avanzado baluarte de penetración del progreso en todo el sud de la campaña argentina.
Esa importancia y ese adelanto, nunca declinados, siempre crecientes, no estuvieron subordinados a la sola circunstancia de ser Azul un punto de apoyo militar para la expansión del trabajo en las llanuras dominadas o amenazadas por el indio.
La importancia de Azul, en la época a que nos estamos refiriendo, no fue la transitoria que tuvo la ciudad de Dolores durante algunos años, mientras la favoreció el hecho de ser el lugar terminal de una línea férrea. El progreso de Azul, su potencialidad de riqueza y su robusto vigor de crecimiento, si bien recibieron la influencia de factores análogos, respondieron, más que nada, a causas fundamentales y permanentes. La calidad de sus tierras circundantes y su situación geográfica actuaron entre esas causas, comunes a otras regiones patrias, pero mayor y más persistente trascendencia tuvo el plan de aparcelamiento y distribución de sus campos, subdivididos en suertes de estancia, que sirvió de base para la creación de la línea de frontera del Arroyo Azul y la fundación del pueblo, y que, sin haber sido óbice para el rápido enriquecimiento y los latifundios de los parientes de Rosas y sus allegados, permitió la radicación y el paralelo enriquecimiento de múltiples y multiplicados pobladores, con la inmediata consecuencia de una más intensa, más difundida y más eficaz explotación rural.
Otro factor de poderosísima influencia, que explica el progreso de Azul lo constituyeron los elementos étnicos que, siguiendo el núcleo vernáculo inicial o mezclado al mismo, fueron nutrido aporte en la formación azuleña. Ya, con anterioridad, me he referido a los recios vascos y a los industriosos bearneses que, antes y después de la caída de Rosas, llegaron al Fuerte de Azul trayendo consigo sus sueños de fortuna, su emprendedora audacia, su valentía en la adversidad y sus pujantes esfuerzos. Ellos, en gran número, con la incorporación de gentes de otras regiones de España y de Francia y, más tarde, de Italia, fueron los que, junto con el nativo conquistador y al amparo del gaucho vaquero, del gaucho soldado y del fortín protector, dieron vida y actividad de producción a las tierras del desierto, unas veces a retaguardia de la línea de acción militar, otras más allá de sus lindes de defensa, y siempre en la zozobra del malón y en el riesgo de la muerte.
Fueron esos elementos de aporte foráneo, exaltados en generoso plasma argentino, los que, dando al Azul características y vigor propio, ensancharon hacia destinos de plétora el cauce de sus progresos materiales.
Azul sólo tenía en 1854 una población de 5.912 habitantes, que aumentaron hasta 7209 quince años más tarde, según las cifras que nos da el primer Censo Nacional de 1869. De ese segundo número de habitantes, 5863 eran argentinos y 1346 extranjeros; pero la proporción de los últimos fue creciendo en forma tal que, al realizarse en Censo Provincial de 1881, sumaban casi el treinta por ciento de la población total, pues el número de argentinos era de 11346 y el de extranjeros de 4744, y entre éstos, se contaban 1414 españoles, 1178 franceses y 2626 italianos, además de 71 alemanes, 188 uruguayos, 57 paraguayos, 86 suizos, 133 ingleses y distintos números de otras nacionalidades. Esta población, cuya cifra total se había duplicado en el breve espacio de una década, dio origen a un núcleo de apreciable ponderación edilicia, que puso en Azul la condición de constituir el centro urbano más importante de la Provincia en la región exterior del Salado. Bastan para demostrarlo, sin recurrir a las robustas expresiones de la riqueza rural, las cifras de los censos de 1869 y 1871. Entre esos años, el Partido de Azul llegó a contar con 3109 casas de todos los tipos de construcción, mientras que Dolores, que le seguía en orden de importancia, solo tenía 2332, Tandil 1411, Las Flores 1890 y Bahía Blanca 735, correspondiendo igualmente a la planta urbana de Azul el mayor número de casas construidas con ladrillos y techos de azotea.
De los 4744 extranjeros que habitaron en Azul entre los años 1870 y 1880, lo mismo que sus antecesores en fecha de radicación, muchos se dedicaron a las actividades rurales y otros, en menor número, a las explotaciones comerciales en el radio urbano y en algunos puntos avanzados de la campaña. Todos ellos fueron elementos decisivos para el progreso azuleño, el cual, en el año 1874, se nos presenta con un volumen sorprendente. Así lo demuestran las cifras oficiales. De ellas, y para traer a estas líneas una visión plena de realidad, vamos a tomar las que contiene el padrón de comerciantes, artesanos y profesionales que, avecindados en el Azul, abonaron impuestos fiscales el año 1873, es decir cuarenta años después de la fundación del Fuerte y cuatro años antes del avance de la línea de frontera interior hasta la zona de Puán y Carhué.
Los originales del padrón aludido, destinados a integrar la colección del MUSEO ETNOGRAFICO Y ARCHIVO HISTORICO DE AZUL, nos ponen en presencia de un pueblo colmado de actividades mercantiles, que sugieren la noción inmediata de una gran riqueza económica y de un tráfico intenso y nutrido. El Partido de Azul, en el año expresado, solo tenía una población inferior a los diez mil habitantes, dentro de sus actuales límites y de los campos que más tarde formaron el de Olavarría. Sin embargo, el padrón de contribuyentes del año 1873 menciona un número tan extraordinario de casas de negocio, con sede urbana,  que un lector inadvertido podría creer que se trata de la capital, densamente poblada, de una provincia en floreciente prosperidad.
Alcanza ese número, que tiene la autenticidad del contralor fiscal, a la cantidad de 228 casas de comercio de toda índole, desde la rica y heterogénea casa de “ramos generales” hasta el “tendejón” humilde y desde una destilería de alcoholes y fábrica de cerveza hasta la precaria pulpería de los suburbios.
De esos 228 negocios, 10 eran de los dichos “ramos generales”, con secciones de almacén de comestibles y bebidas, tienda, mercería, ropería, zapatería, ferretería, sastrería, talabartería, corralón de hierros y madera y artículos de aplicación rural; 4 traficaban al por mayor; 50 vendían comestibles y bebidas y, al mismo tiempo, tejidos; 6 eran platerías y joyerías; 7 comerciaban en calzados únicamente; 2 eran armerías y una de ellas de propiedad de un vasco muy honorable, padre años más tarde de tres hijos médicos; 2 eran “velerías”; 4 “laterías”; y otras 4 casas eran las llamadas “de martillo”, o sea de venta de objetos y mercancías en pública subasta. Había también 6 hornos de ladrillos; 14 fondas; 4 peluquerías; 2 empresas de diarios; 2 fábricas de ataúdes; 2 farmacias; 7 panaderías; 7 herrerías; 2 puestos de frutas y legumbres; 1 talabartería; 10 sastrerías; 19 confiterías; 1 depósito de cal y muchos otros tipos de negocios. Dos médicos, dos parteras y otros tantos farmacéuticos, además de un notario, constituían el elenco profesional del pueblo, en una época en que la ciencia de Esculapio e Hipócrates tenían menos adeptos que las artes de los curanderos y adivinos.
A lo crecido del número de los establecimientos comerciales, debe agregarse el volumen económico de algunos de ellos, principalmente el de las casas de “ramos generales”, cuyo capital y giro comercial, revelados por balances e inventarios de la época, demuestra que aquéllas tenían una importancia quizás superior a las semejantes de la actualidad."